
Dar de Comer, un Aprendizaje
Leonor Andrade Castillo
Para mí, darle de comer a mi mamá está siendo cada vez más retador. Es un proceso lento que requiere paciencia, compasión (conmigo y con ella), creatividad y sentido de la oportunidad. El sentido de la oportunidad es muy importante. Hace poco más de un año, un día, ante lo difícil que estaba resultando que mi mamá comiera, decidí licuarle la comida. El resultado fue catastrófico. Mi mamá, que obviamente estaba teniendo dificultades para masticar y tragar desde mi perspectiva, se ofendió y no comió en todo el día. No era el momento para ella. Me había adelantado y por supuesto no funcionó.

Es imprescindible ir cambiando no sólo la manera de cocinar los alimentos sino lo que cocinamos y cómo se lo ofrecemos y damos a nuestro familiar, todo en un proceso que es como una danza en la que tenemos que estar alineados con su nivel de disposición.
Lo ideal es prepararle una comida blanda, fácil de tragar y que no se pegue en la boca o la garganta. Algunos ejemplos son las cremas, los purés, los yogures, los jugos de frutas, la gelatina, el pudín, la avena. ¿Qué hay que evitar? Los alimentos duros, secos, fibrosos o con semillas, como el pan, las galletas, las verduras crudas, las nueces o las uvas, entre otros.
Hasta hace muy poco mi mamá todavía podía comer vegetales picaditos pequeñitos, tortillas suaves, pollito suave y desmenuzado y purés con algunos pedacitos de la verdura. Hoy, ya no puede masticar ni tragar estos pedacitos por muy suaves y pequeños que sean. La tortilla se convirtió en pudín de algún vegetal, y el puré lo paso por la procesadora para que no le quede ningún grumo, para facilitar así que se lo pueda comer. El pollo con vegetales ahora es una crema de verduras y la cuchara está siendo sustituida cada vez más por el vaso.

¿Cómo llegamos a este punto? Observando y haciendo los cambios de manera gradual, presentándoselos como algo nuevo que queremos que pruebe a ver si le gusta. Hay un dicho que dice: El cambio se da cuando el costo de seguir haciendo las cosas igual es más alto que es costo de cambiar. En ese punto está la oportunidad. Observo e incluso a veces dejo que la situación se vuelva casi insostenible, y en ese momento, introduzco el cambio, como por ejemplo cambiar la tortilla por pudín de espinaca. Ya estaba siendo insostenible tanto para mi mamá como para nosotras. Darle la tortilla era un suplicio. Consciente de que, aun así, mi mamá podría no aceptarlo, preparé el pudín, lo hablé con la señora Teresa y lo llevé. Se lo ofrecí, lo probó y funcionó. Aquí quiero comentarte dos cositas más: La primera es que esto es un proceso dinámico. La enfermedad sigue avanzando y lo que hoy sirve, mañana no necesariamente será así. No te culpes ni te frustres. Sólo observa y busca nuevos ajustes. La segunda, es servir porciones pequeñas, conforme a lo que tu familiar realmente puede comer. De esa forma evitarás frustrarte esperando algo que no sucederá.
Como ves, no se trata solamente de cocinar y dar de comer. Se trata de observar a tu familiar de manera empática, compasiva, observarte a ti y observar la situación. Es necesario estar pendiente de ti para que puedas estar disponible para tu familiar. Imagínate esta película: Sales al mercado y compras lo que hace falta para preparar una comida adecuada para tu familiar. Cocinas todo para que quede suave, fácil de tragar y con buen sabor. Lo pruebas y te gusta. A la hora de comer, preparas el ambiente para que todo esté tranquilo, sin interrupciones, en silencio. Le subes el espaldar de la cama clínica para que quede sentada y colocas tu silla y la mesa de comer a una altura adecuada. Le dices a tu familiar que van a comer. Le ofreces la comida y se niega a abrir la boca.

Esperas un tanto y nada. Ni te mira. Está como ido y cuando logras llamar su atención y le pides que pruebe, te ve con ojos retadores y tranca la mandíbula aún con mayor fuerza. Esperas otro tanto. Nada. Lo ayudas a abrir la boca, y cuando lo logras, te escupe la comida. En ese punto es probable que sientas frustración. Pasa por tu mente, no solamente el tiempo que tienes tratando de que coma, sino también el tiempo de escogencia de lo que ibas a preparar, el tiempo de buscar recetas, escoger y comprar los ingredientes, y el tiempo que te llevó preparar la comida. Y te preguntas: ¿Hasta cuándo? ¿Será que mi comida sabe mal? Se te va acumulando una sensación de frustración y de impotencia, rabia o incluso dolor. En la medida que van creciendo estas emociones tu cuerpo se va tensando, va aumentando tu cansancio y cada segundo que pasa se te hace cada vez más difícil que tu familiar coma.
¿Qué puedes hacer? Lo primero es estar pendiente de ti. Observa tus pensamientos y las emociones que se te disparan. Tu malestar es producto de lo que piensas sobre la situación, no por la situación en sí. Date un tiempo para observarte y dejar ir. Si es necesario, aléjate un poco, y luego ya calmado regresa y retoma desde cero. En mi caso, ya calmada, le pido a mi mamá que colabore conmigo y abra la boca que vamos a comer. Generalmente funciona. Después de cada sesión de comida, pregúntate: ¿Qué aprendí? De esa forma, transformas lo que pudiera resultar una frustración en un aprendizaje. No estás solo. Puedes contar con mi apoyo de profesional y de experiencia de mi primera mano. Te mando un abrazo. Hasta la próxima.
Si deseas mi apoyo como psicoterapeuta puedes contactarme por mi mail leonorandrade29@gmail.com o mi Whatsapp +584146387298