La sazón en la historia en pasión pais

CRONICAS DE NUEVA YORK MAYO 23 CAP 7

Josu Iza

Para finalizar el ciclo de las crónicas de Nueva York de esta primavera 2023, es indispensable el cierre del círculo con el regreso a la ciudad capital de nuestro país. Desde el momento en que cambiamos el chip del celular de USA por el de Movistar – en mi caso – en el trayecto entre la Romana y Maiquetía, estamos modificando no sólamente la conexión telefónica, también el modo como nuestra mente debe comenzar a actuar desde el instante en que el avión toca tierra, te informan de la temperatura en Caracas, te dan la bienvenida e insisten en que revises tus pertenencias antes de abandonar la nave.

Hay unos minutos de una pequeña ansiedad previo a la apertura de esa puerta que conecta con el pasillo, que es como un túnel del tiempo o más bien del espacio. Porque ya sabes que en cuanto estés al otro lado del tubo, vas a desembocar en territorio patrio y que a partir de ahora, las reglas van a ser diferentes a aquellas a las que te has adaptado durante dos meses.   

 Valga como anécdota que en el aeropuerto de salida en Miami, en el avión y en el trayecto entre éste y las cintas de emigración, se escuchan muchas conversaciones de forma involuntaria, aunque a veces son tan interesantes – desde el punto de vista del chisme sabroso – que lo hacemos de forma voluntaria y ad honorem. La mayoría de estas charlas duran breves segundos, pero es tiempo suficiente para enterarse del nudo de la cháchara.

Parloteos como por ejemplo ” Hace diez años que no venía a Venezuela y me hace falta la familia” o “Me estoy devolviendo después de 6 años” o “Tengo 5 años viviendo en Madrid y no he conseguido adaptarme” o “Vengo un par de semanas para ver qué es lo que hay” y como último ejemplo aunque hay varios más, “Catorce años viviendo en Panamá y no veía la hora de regresar a Caracas”.  

  Algo está pasando, eso es indudable, porque se está registrando un fenómeno – cualquiera de ustedes lo podrá confirmar en su entorno – que es muy significativo: muchos de nuestros amigos y familiares y también nuestros hijos están viniendo de vacaciones con nuestros nietos a Venezuela – el que los tenga – , algunos para sacarse el pasaporte, otros para conectar de nuevo con su país, algunos para estudiar el terreno pensando en un posible regreso y otros para enseñarles a sus hijos, el país de sus padres.  

 Son un porcentaje ínfimo con respecto a los siete u ocho millones que se fueron, pero no me importa tanto la cifra sino el por qué. Y pienso que básicamente son la nostalgia y la economía, los motivos principales de este cambio de situación que se está produciendo. Hace un tiempo, no mucho, los que salieron no querían saber nada del país, como si les hubiera dado una alergia, pero el paso de los años y las coyunturas personales hacen milagros.   

 Y volviendo al tema que nos ocupa, en ese vestíbulo adornado con banderas, caras y grandilocuentes frases, comienza el acercamiento a la circunstancia actual del país que siempre es cambiante, aunque uno viene preparado para lo que sea con la capacidad de adaptación afinada de nuevo, porque   llevamos haciendo esto mismo durante décadas, especialmente en las dos últimas.   Hay dos cosas que ya no están al final del pasillo de entrada y sinceramente no se les echa en falta: las personas vestidas con su traje espacial blanco, que siempre me han recordado a los espermatozoides de la película de Woody Allen, “Todo lo que usted quiso saber sobre el sexo y nunca lo preguntó” y las docenas de funcionarios de distintos organismos públicos que acompañaban el despligue de los exámenes – prepagados a sesenta dólares – para detectar el Covid.

Pero siguen en su puesto los muchachos del Saime Migración Policía Bolivariana, más jóvenes que nunca, que nos reciben razonablemente amables, nos revisan el pasaporte, nos estampan el sello de entrada y nos hacen pasar a ese limbo – antes del paraíso del estacionamiento –  que es como tierra de nadie, donde están las cintas de recogida de las maletas.    Una de las diferencias importantes con la civilización, es que al llegar pocos aviones al país, no hay que esperar mucho para que salgan las valijas por esa boca que escupe equipaje, rezando siempre a la providencia para que no vaya a faltar la tuya.

Llegó, no está rota ni forzada y algo que no pasa en ninguna parte porque en ninguna parte se le ocurre a nadie agarrar una maleta que no sea la suya, a no ser por equivocación. Es la comprobación con el ticket de la facturación en el aeropuerto de origen.    Queda la última barrera, la entrega de la declaración del Seniat, el pase por el escáner – normalmente no te hacen revisión a no ser que detecten  alguna mercancía que pueda ser valiosa, se prenda la luz roja por casualidad o también porque la mitad de los vigilantes están consultando el Tik Tok, hablando son sus respectivos o conversando con sus pares acerca de cualquier cosa que no tenga que ver con la labor – y al fin, liso y sin mácula, salir a la terminal.

Donde no se por qué, siempre hay un grupo de personas que no están esperando a nadie pero que pasan el tiempo acostados en la barrera y nunca faltan los taxistas piratas y los carretilleros uniformados que insisten en llevarte la maleta, así lleves un pequeño carry on o una mochilita de nada.    Creo que la mayoría de los pasajeros que llegan a Maiquetía – salvo los despistados – tiene ya un contacto que les está esperando para subir a Caracas, porque los taxis desconocidos siguen siendo un elemento que produce desconfianza – estado mental de defensa ante lo conocido y desconocido, habitual en nuestro país, en el que entramos después de cambiar el chip del celular -. Nosotros tenemos el nuestro, que viene a ser como el dentista, la peluquera, el cardiólogo, la manicurista o el rabino, según se vea; es decir, nuestro chófer – choferesa en nuestro caso – de cabecera, a la que llamamos en estos casos y en la que depositamos nuestra certidumbre.    No pueden faltar las preguntas de rigor para ponerse al día de los posibles cambios, valor del dólar actual, estado del tiempo, como está el gobierno y la oposición, curiosidades varias y los cuentos sin preguntas sobre la vida cotidiana de la conductora que ameniza la media hora del itinerario. Hay un cambio de paisaje importante porque nos fuimos en plena época seca con el Ávila teñido de amarillo y regresamos con el cerro pintado de verde esmeralda. Lo que no cambia nunca son las viviendas en las faldas del monte, desde el borde de la autopista hasta la cima, los cultivos de plátano y yuca y la cantidad de carros y motos estacionados al borde del hombrillo, esperando grúa o mecánico. Por fin llegamos al plano, con los bloques del 23 a la derecha y la ruta enfila en dirección al este atravesando todo lo que ya conocemos y no merece la pena recordar.    No queda mucho que hacer por hoy. Llegar a la propia casa, acomodarse, hacer una pequeña compra para sobrevivir esa noche y tratar de dormir bien para despertar después de un viaje de hibernación de varias horas a un planeta conocido, en el que amaneceremos mañana con todas las consecuencias.   Al día siguiente, cambio en las normalidades y vuelta a lo regular.

La primera de ellas, es que la gente te saluda en el edificio, en la calle y en los negocios, te da los buenos días y te sigue la conversación mientras te interrogan sobre el viaje si es que te conocen. La segunda normalidad vigente, la percibes  cuando sales al tráfico: las direcciones no son obligatorias, los motorizados campan a sus anchas, los semáforos están para decorar – pareciera que hay una gran parte de la población daltónica o simplemente monocromáticos en blanco y negro -, la misma policía incumple las reglas y te anima a seguir su ejemplo y las últimas novedades en cuanto a tecnología criolla como el protector de sol para motos, de cartonería reciclada.   

No hablemos de tener que volver al trabajo, yo con mis eventos y cursos, compras a proveedores, encuentro con clientes y personal de trabajo, adaptación a precios y condiciones, toma de contacto con los colegas que se dedican a lo mismo, participación en los chats e intercambio de nuevas informaciones. Y quedan los amigos, que quieren verte y hablar de  viajes y experiencias. Algunos sólo lo pretenden, porque no hay nadie mejor que un venezolano o un español – que se lo legó al primero directamente por vía sanguínea – que maneje con tanta soltura, la habilidad de quedar bien y aparentar interesarse sinceramente por el otro, en cualquier circunstancia; es la política del “hermanazo”, aquella que entre whisky y whisky lucimos con pericia en ese campo minado que es el arte de la diplomacia  social.

Pero la mayoría de nuestros amigos, como uno mismo, sólo ejercen como “hermanazos” con amistades superficiales, de trabajo o de compromiso, que es lo que más abunda.    Todo es muy formal y ordenado en esos países civilizados y nos encanta el buen funcionamiento de los servicios, la sensación de seguridad – aunque en Caracas de un tiempo para acá esa sensación está presente, prueba de ello es que el tema desapareció de las reuniones sociales -, la abundancia de productos, la falta de preocupación por la posible falta de electricidad o gasolina y tantos y tantos bienestares.

Es tan fácil acostumbrarse a ese nivel de comodidad que no hay que hacer sino dejarse llevar, relajarse y sólo pensar en disfrutar cuando se está de visita – cuando se reside allá parece que ya Eva se comió la manzana en el Edén y hay que vivir con el sudor de la frente – . Lo difícil debería ser volver a engranar con el mal funcionamiento, la falta de orden ciudadano y todos esos inconvenientes.   Pero no, para nosotros es sencillo porque manejamos bien esa esquizofrenia y basta con cambiar el chip del teléfono llegando al aeropuerto para que salgan a relucir nuestras capacidades de adaptación al medio, por hostil que pueda parecer.

La visión del Ávila y el tráfico en la autopista harán el resto. Al llegar a tu casa en el este de la ciudad, ya serás de nuevo el ciudadano que necesita la república – y sobre todo tú mismo – para no pasar penalidades y cumplir con el papel que se presume debes ejercer.    Por fortuna para nosotros, aquí o allá, la mesa y el fogón nunca nos abandonan, son los amigos más fieles y no necesitan fingir de “hermanazos”.

Hace dos semanas que regresamos a Caracas y llevamos cinco invitaciones, propias y ajenas, con sus correspondientes comidas y bebidas, además de un curso de una semana y un par de eventos pequeños. Como es tradición en estas crónicas, vamos a  dar una receta de algún plato que haya sido probado y aprobado, vamos esta vez con uno que degustamos por la gracia de unos amigos y colegas. Pork Belly con Salsa de naranja y Cremoso de papa con Hoisin.    

RECETA DE PORK BELLY:

INGREDIENTES:  Pork Belly o Paleta de cerdo con grasa 2 kg. Salsa de soya 2 Cu. Aceite de sésamo 1 cu. Miel 4 Cu. Jugo de naranja 6. Sal y pimienta. Mezclar los ingredientes y poner el cerdo a marinar durante una noche. En horno a fuego lento con la pieza cubierta dejar 4 horas. Destapar y comprobar si está tierno. Subir la temperatura y dejar que dore bañando con la salsa resultante. Finalmente, cortar en filetes gruesos y acompañar con la salsa, después de retocar sal y pimienta.     

 CREMOSO DE PAPA Y HOISIN;

INGREDIENTES. Papa 1,5 kg. Mantequilla 100 gr. Crema de leche 200 gr. Sal y pimienta. Salsa hoisin 2 Cu. Aceite de sésamo 1 cu. Hervir las papas y  mezclar en licuadora con la crema, mantequilla derretida, sésamo, sal y pimienta. Hacer una mezcla cremosa – textura de mozarella fundida – y envolver con cuchara la salsa hoisin. El mejor complemento, un buen tinto.