edición especial

Vargas Llosa de sub-hombre a inmortal.

Inés Muñoz Aguirre

Hizo su entrada al Palacio portando el traje con el que se distingue a los miembros de la Academia Francesa de la Lengua. Serio, con las ojeras mostrando la marca que se adquiere con la edad. Flanqueado por algunos de los Inmortales, quienes deben este calificativo a que el cardenal Richelieu, cediera un sello a la Academia que contiene en la cabecera la frase «A la inmortalidad» 

Mientras se dirigía al espacio en el cual pronunciaría su discurso de un poco más de una hora de duración,  su mano tocaba de vez en cuando la espada que pendía de un cinto corto al lado izquierdo de su cuerpo. Este es el símbolo que recuerda que los académicos tienen el mismo valor que tiene la aristocracia.  La espada que él mismo había encargado a un artesano de Toledo, le fue entregada oficialmente por la secretaria perpetua de la Academia Hélène Carrère d’Encausse. 

A medida que avanzaba hacia el salón del acto, con solo ver un poco más allá de lo que muestran las imágenes se podía observar la presencia de todo un continente sobre sus hombros. Compromiso validado por cada una de sus palabras. Ese continente sobre el cual vivimos, el de la vegetación exuberante, buen clima, pobreza y diferencias extremas, entre los que piensan, los que sueñan imposibles, los que hacen, los que dejan de hacer, los que prometen sin medida y los que no sueltan el poder. 

Vargas Llosa no es solo un Nobel, ésta máxima distinción del mundo de las letras la obtiene como el único escritor de lengua hispana en ocupar un sillón en la Academia Francesa. Y al expresar que desde su Lima natal soñaba con ser como un escritor francés, emociona escuchar su agradecimiento a los franceses por haberle permitido descubrir y valorar a Borges, Cortázar, Uslar Pietri, Onetti, Octavio Paz y más tarde a García Márquez.

No hay dudas de que el escritor marca distancias entre quien escribe en América Latina y quien lo hace en París. Entre quien crece en una sociedad que no valora a los hombres de letras y una sociedad que ha sido cuna de los más importantes escritores del mundo. Mete el “dedo en la llaga” al hacernos entender que en realidad somos un continente de poquísimos escritores porque como él lo expresa no lo puedes ser mientras trabajes como abogado, profesor, arquitecto, periodista o cualquier otra profesión u oficio para ganarte la vida. 

La sobrevivencia económica como tirana de un oficio exigente, comprometido social, intelectual y espiritualmente  que solo queda para los fines de semana. Ese no es tiempo suficiente para tanto que tiene que cuestionar un escritor, para tanto con lo que tiene que comprometerse.  

Es Vargas Llosa quien a través de su obra, y de su discurso inquebrantable quien nos ha permitido estar presentes en los más importantes salones de las letras del mundo. Este hombre que representa al máximo exponente  de lo que significa ser un escritor, no se permite dejar de asociar la literatura con la vida misma. En su discurso, realizado por supuesto en francés,  repasa los nombres y las obras de los autores galos que más lo influenciaron en su formación: Sartre, Camus, Simone de Beauvoir, André Gide, Flaubert, Víctor Hugo. 

Se detiene un buen tiempo en Flaubert porque considera que a través de su obra Madame Bovary  y del estudio y análisis de toda su producción literaria, fue este autor quien lo ayudó a ser el escritor que es. Recuerda cuando fue hasta su tumba a llevarle un ramo de flores en agradecimiento y  piensa que quizá el mismo  Flaubert no fue consciente del gran aporte y el cambio que dio a la literatura con la invención del narrador anónimo. 

Vargas Llosa ocupará el Sillón número 18 de la Academia Francesa de la lengua, puesto que pertenecía al filósofo Michel Serres hasta su fallecimiento en 2019.  Como era de esperarse el escritor dedicó el merecido análisis a la obra de este importante francés de quien dice que escribió sobre todo lo imaginable, da relevancia a que el autor decía que el hombre representa la guerra y las mujeres la paz y manifiesta que una constante inquietud  acompañaba al autor quien expresaba que no debía existir diferencias entre la ciencia y la literatura, para lo cual planteaba la urgencia de un rencuentro que les permitiera reforzarse uno en el otro. 

No hay tema actual que se le escape a Vargas Llosa en esta intervención, desde las referencias de su Lima natal, su proceso educativo y la relación con sus compañeros de estudio, hasta la insistencia de los gobiernos totalitarios, la violación a los derechos humanos en el mundo, la invasión a Ucrania y la Rusia de Vladimir Putin la cual califica como un remedo de democracia. 

En sus palabras hay un compromiso que ha repetido numerosas veces y el cual en esta oportunidad resume en una teoría, la de que la novela salvará a la democracia o será sepultada con ella y desaparecerá.

Este es el momento de la pasión, en el que confluye todo cuanto hace y por qué lo hace, mientras pide  reconocer la superioridad intelectual de las palabras por encima de las imágenes. Puede que los libros nos salven, se plantea, pero a su vez se pregunta cómo puede ocurrir eso  en un planeta que gracias a la imbecilidad humana está cargado de bombas “que nos harían desaparecer gracias al delirio de cualquier dirigente trastornado”. 

Los académicos lo escuchan con atención desde sus sillones verdes, su familia y los invitados ocupan los sillones de color mostaza. Este discurso que nos ha sumergido en el mundo fantástico de la creación compromete a todos los interesados a defender la clave de cualquier acción del ser humano: la libertad.

Una libertad que el autor asocia a la literatura en su discurso de esta forma: “ La literatura necesita de la libertad para existir, y cuando esta no existe recurre a la clandestinidad para hacerla posible, porque no podemos vivir sin ella, como el aire que es indispensable para nuestros pulmones. De aquella libertad nacen las otras, la de cambiar a los gobiernos o la de simplemente criticarlos, y la de opinar con independencia y discutir entre nosotros, aunque las propuestas sean muy diferentes y a la hora de votar –porque el voto siempre es la manera civilizada de zanjar nuestras diferencias–prevalezcan siempre los que sacan el mayor número. Esa es la fórmula gracias a la cual se ha reemplazado la matanza, sometiéndola, como en el espacio estricto de los libros, aunque a veces, como ahora mismo, alguien se exceda y ponga en peligro nuestra existencia social. No solo se trata de sobrevivir, viviendo en el horror de la opresión o la ignominia de las dictaduras. Se trata de respirar y vivir la libertad – no el libertinaje, por supuesto–en una democracia digna de ese nombre, es decir, en una ciudad, o en un país, donde se hayan resuelto las necesidades básicas y los seres humanos alcancen a aspirar el progreso en su búsqueda de la felicidad. ¿Qué eso no es posible? sí lo es y, y afortunadamente, algunos países pioneros lo han alcanzado ya. Está de más decir que no debemos darnos por extenuados mientras existan aún dictaduras o sátrapas que en nombre de una doctrina o una fe religiosa se sigan cometiendo brutalidades contra la mujer o sus compañeros de viaje: nadie está a salvo si todos no somos libres. Esa es la gran enseñanza de la literatura francesa. la libertad para todos y ahora mismo…”

Los aplausos resonarían al terminar su intervención, allí queda como partículas que flotan en la atmósfera del lugar, el sueño de que los libros deben llegar a las manos de todos, por lo menos para poner en marcha el intento de la salvación.  El hombre que hace este llamado se atrevió en su época de estudiante a calificar de mala la novela rusa “Así se templó el acero” pero cuando  elogió a Gide por “Les Nourritures Terrestres” su amigo Felix Arias-Schereiber lo calificó de sub-hombre.  El tiempo pasa y todo se acomoda en el lugar exacto donde debe estar. No en balde el ahora inmortal reconoce que fueron los existencialistas franceses quienes lo salvaron de caer en el estalinismo que hacía mella en América Latina.  No hay duda, con la historia de este hombre también se escribe parte de la historia literaria de nuestro continente. 

1 comentario en “edición especial

  1. Somos átomos de un mundo, por los tanto cada uno de nosotros es importante, de allí que algunos tengan éxitos, sean reconocidos u odiados. Esos son los que asumen responsabilidades. Por eso Vargas Llosa es un poco de nosotros los latinoamericanos que queremos algo mejor en los cultural y lo social. Lo aplaudo por su obra y por no haber tenido miedo de asumir retos. Te aplaudo por mostrarnos el verdadero significado de Mario Vargas Llosa en la Academia Francesa, que escapa de los chismes rosas.

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