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caleidoscopio

Lilia de regreso a Galicia.                                                                 

Norma Socorro                                           

Lilia me mira con sus ojos de niña encuerpada en una anciana; mientras, nos sentamos a tomar un café en la fuente de soda, si se le puede llamar así al sitio donde reparten caldo, café o chocolate a los deudos en las funerarias, en este caso, el del cementerio de la Guairita. Estamos en el velatorio del esposo de nuestra profesora de yoga.

Lilia, gallega y ama de casa desde siempre, campesina de origen y destino hasta que la ruina del campo español la  volvió cosmopolita a la fuerza y vino a dar con sus huesos grandes y su lengua sin nudos a estas tierras ; Lilia de búsquedas espirituales y de yoga desde hace más de 40 años, cuando en el país apenas se comenzaba a hablar de eso del alma, de  paz espiritual, de yoga o cualquier práctica vista en ese entonces como de gente rara, no como ahora que al alma se le busca en los gimnasios, en yoga trecking, yoga cycle, yoga  xtreme. 

Hablamos de cosas intrascendentes al comienzo, en un intercambio en el cuál tanto hablaba ella, como quien esto cuenta; yo atraída como siempre por  esa mezcla de aridez de gallega no llamada a engaños, y de dulzura casi líquida escapando a ratos por los bordes de su mirada, reñida con cualquier disimulo. Por el derecho y el revés ella es la misma mujer, llaneza pura, en ella sí es verdad que al pan pan y al vino vino.

Imperceptiblemente Lilia comienza a derramarse en confesiones sobre su vida; aunque en verdad, no son propiamente confesiones. Las confesiones son algo que cuesta decir al que se confiesa (confesante), que con menor o mayor esfuerzo se dicen. No, ella 

hablaba con la misma naturalidad  con que decimos va a llover o ayer me encontré a fulana.

Al comienzo espera algún comentario o gesto de mi parte, como suelen ser los diálogos, yo hablo, tú hablas. Al final, la cascada de su voz se hace continua, y solo ella habla, y así va jalonando sus recuerdos sin prisa; parecería como si hasta entonces, las palabras hubieran estado ocultas tras su lengua esperando la ocasión para deshilvanarse en un discurso suave pero sin pausas, tal vez con la urgencia lúcida de los ancianos por hablar de su pasado, como si temieran perder los recuerdos y pensaran que frente a  oídos amables como los míos con ella, su legado estará a salvo, los recuerdos seguirán vivos.

Yo soy de un pueblo de la Galicia, tengo ahora 84 años y me vine aquí cuando me casé y nos vinimos mi marido y yo. Ahora me regreso sola, con la hija y el nieto, que ya no podemos con la vida aquí, y ya se me fue mi marido; la seguridad social la tengo allá, ¿sabes?. Pero no me voy a vivir con nadie, no quiero fastidiar a ninguno, y eso que mi otro nieto tiene un dúplex allá, pero yo llego a vivir sola.

En mi pueblo esa gente era así, simplona, nacían y morían haciendo siempre lo mismo: 

se levantaban al amanecer, y dale a segar las semillas, los campos, alguno a ordeñar la vaca, otros a trepar las matas de castañas para sacudirlas, que cayeran al suelo las castañas y las demás las recogiéramos. Con lo único que se ganaba dinerín era con la leche y las castañas. No sabían leer ni escribir ni sabían nada de nada; nada, que como nacían morían. Eran almas de relleno, como decía mi padre.

Mi padre no iba nunca a entierros, ni de amigos ni de nadie, y cuando alguien le reprochaba eso, él decía que para que iba a ir, si total esa persona tampoco iba a ir al suyo.

Mi padre era otro, no sabía nada de nada, también era un alma de relleno. 

Él y mi tío, y todas nosotras también, todo el pueblo, éramos obligados a desfilar con el

ejército franquista por las calles del pueblo, así-y hace el gesto-saludando con el brazo hacia arriba. Todos teníamos que ir, quisiéramos o no. Mi padre, terco como una mula, que no creía en nada ni en nadie decía: me lleváis a desfilar, no importa, voy, pero a la iglesia si que no, no me vais a obligar a entrar, que no entro.

Estas  manos que tu ves- y voltea las palmas hacia arriba-, manejaron la pareja que tenía mi padre, la pareja de bueyes. No todas las casas tenían bueyes, entonces el trabajo era más difícil. Hay que tener fuerza para llevarlos así, -y mueve las manos en giro a un lado y otroarando en el aire, cosechando la nostalgia en su mirada-. Era una vida dura. Mi padre no tuvo hijos varones y le tocaba a él todo el trabajo del campo. Pero mis hermanas y yo ayudábamos. Era una vida muy dura, así siempre, de estrella a estrella. Siempre lo mismo.

Así no teníamos tiempo ni para lavarnos nada. Los domingos sí nos bañábamos y ala, a caminar el pueblo.

2. Ahora estamos sentadas frente al féretro, esperando que lleven al difunto al horno crematorio. Seguimos la conversación, que a ratos se dispersa por la interrupción de 

alguna que otra compañera de yoga, de cualquiera de las generaciones que compartimos a la maestra ya ida hace varios años, y cuya hija ahora está velando al marido.

Lilia mira hacia la caja mortuoria por momentos, y me señala disimuladamente la cruz de flores que colocaron encima del féretro, sin duda mandada a hacer por los familiares.

Costó, ese poco de rosas, dos mil bolívares fuertes. Nos asombramos y ella dice que su viejo no quiso que le pusieran flores, ni capilla velatoria, ni nada. Directo al horno crematorio, había que ahorrarle gastos inútiles a la familia. Hasta el final la austeridad, que al otro mundo no entran flores ni pompas fúnebres.

Hace dos años que se fue mi viejo. Cuando se ha querido los recuerdos son mayores, todo se recuerda. Fueron 60 años juntos. A veces me acuerdo que estábamos en el cuarto viendo televisión, y yo iba a salir y el, cierra la puerta, y al otro día, yo salía del cuarto y, cierra la puerta. Siempre así. O si mi viejo iba a salir al abasto o a cualquier cosa, dame un beso, a cualquier tontería que salía, me pedía un beso. Cuantos besos le habré dado en todo ese tiempo.

Al final del acto crematorio, nos despedimos y Lilia me da un abrazo rudo que desdice la mirada preñada de cariño, pone sus manos en mis hombros y me dice, como quién dice ya pasó la lluvia, antes de irme a mi tierra quiero que sepas algo más de mi vida, aunque no sé, son cosas de viejo, y no sé si te interesan….

No hubo tiempo para más confesiones. Luego fue el tiempo de tu partida, la definitiva.

In Memorian

3 comentarios en “caleidoscopio

  1. Excelente, Leonardo. Me recuerda a la situación argentina durante los años de la última dictadura (1976-83). Como sabes escribí sobre Teatro Abierto 1981 (se cumplen 40 años) y entre otras causas, la alienación de todo un pueblo… la censura… muchas de las causas que nombras… qué tristeza… Un fuerte abrazo.

    1. Gracias, querido Miguel Ángel.

  2. Muchas gracias por el texto. Es bella tu vinculación primigenia con el teatro, con ese recorte de periódico de tu padre, y como todo se desliza hasta la obra de Samano y Sacristán. Me has dado ganas de volver de nuevo a una sala…

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