
CIVILIZACIÓN Y BARBARIE
Leonardo Azparren Giménez
Como ocurre con muchos asuntos y temas, o con casi todos, las diferencias entre civilización y barbarie tienen sus orígenes en Grecia, cuna de la civilización occidental (como se puede leer en algunas partes). Platón metaforizó el asunto en su mito de Protágoras. Entre los venezolanos se comenzó a hablar del tema por la oposición entre doña Bárbara y Santos Luzardo en la novela de Rómulo Gallegos Doña Bárbara.
En la Grecia antigua la mayor sanción fue expulsar de la pólis al involucrado en algún delito o desentono con el colectivo social, tornándolo apólis, apátrida, con lo que perdía todo rasgo de civilidad. Sin conocerse a sí mismo, Edipo se condena a ser apólis y muy anciano busca en Atenas una nueva civilidad. Los oligarcas quisieron hacer de Sócrates un apátrida cuando le impusieron la expulsión de Atenas, pero él prefirió ser un suicida ateniense.
Los griegos, habilidosos en la creación y el uso del lenguaje, supieron matizar muchas cosas. El xénos (extranjero) era aquel que, siendo griego, no pertenecía a mi pólis. Aparte, el barbarós era quien no pertenecía a la cultura griega ni participaba de su sistema de costumbres y creencias. Medea es el mejor ejemplo de personaje bárbaro, salvada por el rey de Atenas.
La inmediata connotación de la afirmación aristotélica con la pólis ateniense y griega en general, según la cual los humanos somos animales políticos, es decir seres sociales y sociables, conlleva por vía negativa que el no vivir o saber vivir en las relaciones de la vida en la pólis, ser a-social, apólis, supone una degradación de la condición humana.
Pero civilización y barbarie no son términos que se excluyan del todo y porque sí, pues sabemos cuán bárbaro puede ser el ser humano en sociedades altamente civilizadas. Ni para qué mencionar los casos habidos en el siglo XX, y los que perduran o aparecieron en el actual XXI. Pretender cambiar la historia con acciones políticas puede ser una barbaridad, y muchas veces la humanidad –nosotros- hemos sido víctimas y victimarios de ese tipo de barbaridad. A la historia, por ser humana, le es imposible escapar de las barbaridades, de la misma manera que ha creado grandes civilizaciones.
Nosotros –no sé si me entienden- pertenecemos a una civilización que ha perdurado, grosso modo, dos mil años, con barbaries como las de Hitler y Stalin y algunas locales, pero el rasgo civilizatorio son sus grandes creaciones humanas en el arte y la ciencia. Y la nuestra es contemporánea con otras civilizaciones que, por ejemplo, pueden ser consideradas pre copernicanas.
El ser humano siempre ha luchado contra sus tendencias bárbaras. Ha buscado el punto medio de la excelencia que certifique su diferencia esencial con la naturaleza y el resto de los seres vivientes. Algunas veces aparenta solo barbaridad, aunque en su fuero interno es un ser civilizatorio. Por eso se habla de vicios privados y pública virtud. Un tirano sin control puede ser un excelente padre y un tierno amante mientras no está en el ejercicio de su tiranía; puede mostrarse con modales civilizados. En cambio, alguien de comportamientos torpes, puede estar dando inmensos aportes civilizatorios a su época y a la posteridad.
A cada quien lo suyo. Grandes países, que son o creen serlo, transcurren a lo largo de la historia sin deslumbrar a otros pero construyen, piedra a piedra, su modelo de civilización. No son pedantes. Otros se enmascaran en grandezas que no tienen correlatos civilizatorios constatables, y ocultan sus tendencias bárbaras hasta que afloran en el momento menos esperado.
En este último caso es fundamental tener mucha sabiduría práctica para soportar, superar y vencer esas tendencias, tendencialmente heridas difíciles de curar. No hay que ser pesimista, el ser humano tiene recursos para emerger y salvar a la civilización frente a la barbarie. Roma no fue solo Calígula. Venezuela no es solo su presente.
ELIZABETH SCHÖN, DRAMATURGA
(CARACAS 1921 – CARACAS 2007)
Leonardo Azparren Giménez
Licenciada en filosofía, su poesía y su dramaturgia van de la mano. Recibió en 1994 el Premio Nacional de Literatura. Sus obras de teatro han sido vistas desde la perspectiva del teatro del absurdo por las situaciones paradójicas que acostumbra representar.

Intervalo (1956), “farsa” en tres actos, es la primera representación en el teatro venezolano de un tema que ha obsesionado a muchos autores: la inestabilidad del perfil del Yo y sus relaciones con los otros. Schön emplea una estrategia discursiva que consiste en disolver la intriga en múltiples situaciones y relaciones que dan consistencia a la situación básica de enunciación: el estado alienado y alienante de Ella, la protagonista, quien vive en su mundo propio rodeada de personajes invisibles –fantasmas-, contrastados con otros reales, en especial el Mayordomo y el Zapatero. El primero desempeña el rol de mantener el “juego” cuando Ella habla con personajes invisibles: el médico y un astrónomo. El Zapatero está dispuesto a casarse con ella para beneficiarse de su situación económica, detalle con el cual Schön introduce levemente una dimensión pública al conflicto privado central de su obra.
El mismo título es azaroso. Cuando ella se refiere a su médico (el real, no el invisible), dice: “Porque entre mi cuerpo y el de mi médico nace un intervalo absoluto donde vivo sin temor a caer”. En el segundo insiste: “Amo a mi médico y estas paredes son el intervalo de un sueño que no concluirá jamás”.
Cuando desdibuja a su personaje, la autora representa una de las situaciones más frecuentes del teatro moderno, en su caso desde una perspectiva existencial. Nada que ver con la desconstrucción y reconstrucción del personaje que hace Bertolt Brecht en Hombre es hombre y en El alma buena de Se-Chuam.

Los personajes que poco a poco aparecen (una muchacha, un joven, un negro pescador, un viejo…) cumplen el rol de acentuar la idea rectora de la disolución de la persona y de la ambigüedad de la comunicación.
En Melisa y el Yo (1961) el centro de la acción es el embarazo de Jesusita, joven de quince años, y los esfuerzos de Melisa para resolver el problema apelando a una filosofía naturalista, en la que todos los seres vivos son la razón de ser de la existencia individual. Melisa y Jesusita, a quien llama Jecustia, recurso de la autora para acentuar su tesis sobre la ruptura de la identidad, hacen un viaje existencial para encontrar una solución y, a cada paso, Melisa reitera su visión, la idea rectora de la obra: “Me gusta cuando los seres se enlazan a los demás y tratan de formar un solo molde donde no se puede quitar ninguna parte, enseguida desaparecerían las otras”.
En el recorrido de ambas, Schön da a conocer el segundo nivel de su propósito discursivo, el social, cuando Melisa y Jesusita entran en contacto con personajes populares y terminan en una habitación en la que está en discusión una huelga. Esta dimensión social, en la que Melisa insiste en resolver el problema de Jesusita, supone un giro en la fábula y la intriga sin una solución precisa, aunque permite algunas expresiones de compromiso: “el hombre debe hablar de acuerdo con la multitud que ayudó a plasmarlo y no como individuo aislado capaz de reaccionar por sí mismo”, sentencia Melisa.

Una dialéctica entre el Yo y la multitud, entre la singularidad del individuo y el anonimato de la masa, es la tensión que sostiene la obra. Cuando habla con el líder obrero, Melisa concluye: “Entonces, ¿me permitiría seguir a su lado, aquí en el pueblo, con la vida?”.
Tal incertidumbre del habla expresa una idea rectora sobre la imposibilidad de la comunicación. En tres obras cortas, brevísimas, insiste. Lo importante es que nos miramos(1967), Jamás me miró (1967) y Al unísono (1971) representan a una pareja cuyo diálogo no alcanza a comunicarlos bien para conocerse, a unos personajes alrededor de una urna sin aclarar la situación y a una pareja en la que ella se limita a monosílabos y la palabra carece de destino.
En La aldea (1966) lo reafirma, aunque en esta pieza no midió la extensión del discurso para representar el tipo de situación. Obra exhaustiva y reiterativa, en la que los referentes son anulados por permanentes equívocos respecto a quién es quién, en particular un Hermano de alguien, su acción construye situaciones escénicas en las que lo lúdico se impone sobre una fábula que no llega a concretarse. De ahí que se puede hablar de teatro del absurdo de algún tipo.
Elizabeth Schön representa uno de los intentos más novedosos en la renovación de la dramaturgia de la primera modernidad (1909-1957), con proyección en el nuevo teatro a partir de 1958. Elizabeth Schön representa temas tan modernos como el de la incomunicación o, mejor dicho, de la dificultad de alcanzar una comunicación concreta y, unido a él, el de la inestabilidad de la persona y su disolución en los intentos por darle consistencia.
JUEGO DE ROLES
Leonardo Azparren Giménez
La toma de conciencia de la propia subjetividad es el primer y necesario paso para el relativismo en todas sus formas y, in extremo, el individualismo radical. Cada quien tiene su Yo, diferente al otro. Desde antiguo fue establecido así, cuando Protágoras dijo que el hombre era la medida de todas las cosas, de las que son en cuanto son y de las que no en cuanto no son. La posmodernidad asumió esa interpretación cuando negó los grandes relatos en su universalidad, para que cada quien construya el suyo. La persona deja de ser integrante del género humano y pasa a ser individuo, mónada.

Es importante, por supuesto, tener conciencia de sí para saber valorar los diferentes roles que tenemos que desempeñar; sino, sería imposible tener identidad y ser responsable. Se habla de actuar con conciencia, por ignorancia y en estado de ignorancia, roles distintos, para indicar los márgenes de responsabilidad que hay, por ejemplo, cuando es muerto alguien con y por mano ajena; aunque la ignorancia de la ley no exime de su cumplimiento.
No hay manera de evitarlo. Desempeñamos diversos roles en nuestras vidas, aún sin darnos cuenta. Se es padre, esposo e hijo al mismo tiempo, y cada rol impone conductas y lenguajes distintos. Cosa distinta es, por supuesto, desempeñar roles para ser o parecer serlo.
El desempeño simultáneo de diversos roles permitió crear un personaje de la magnitud de Tartufo, y permite hablar de vicios privados y públicas virtudes. También ser líder populista sin ser popular. Las celestinas también saben jugar roles diferentes según la oportunidad. Y los campos de la moral y la política son privilegiados para tal desempeño. Más aún cuando de manera premeditada se desempeña tal o cual rol.
En el ámbito de la política se desempeñan roles para prometer; después para ejecutar o justificar: Se desempeñan para convencer; después para asegurar solidaridades. Los cambios políticos de las sociedades tienen entre sus causas los roles desempeñados por quienes los propician. Después, como siempre, la historia se encarga de verificarlos o ponerlos a un lado para retomar el curso desviado.
También es cierto que las situaciones imponen el desempeño de determinados roles. Yo y mis circunstancias. Aquello del ser humano como un animal político, es decir social, implica un cierto determinismo para el desempeño de roles. Es así cuando nos vemos obligados a desempeñar este o aquel rol que nos es exigido por la situación, sea ésta privada o pública. Hasta puede haber arrebatos. Después que se enteró de su verdadera situación, Hamlet le dijo a Horacio que simularía estar loco. Así, según las situaciones en las que se encontró desempeñó uno u otro rol.

El rol más difícil es el crítico, porque reclama algo igualmente difícil: sinceridad. Rol crítico ante sí, en primer lugar. Si no, se actúan roles para representar lo que no se es. Con los roles se engaña, y quien se acostumbra a engañar representando roles termina engañado por sí mismo. Ocurre mucho en política, actividad en la que los intereses puntuales o estratégicos solicitan o imponen roles sinceros o no; en particular cuando el involucrado proclama cumplir tareas de cambio social. Puede suceder que ese rol para el cambio social sólo busca asumir el poder quién sabe para qué.
El juego de roles teatraliza la vida cotidiana, de manera tal que el ciudadano común y corriente puede estar presenciando y participando de una fantasía construida con roles ad hoc para crear una situación sobrepuesta a las situaciones reales. Si somos actores de nuestras existencias, hay quienes asumen roles con propósitos premeditados, actores de la vida, falsarios.
El fin, no podemos evadir el juego de roles porque cada situación demanda un comportamiento específico. Cada quien será o no sincero cuando los asuma. Y sin tiene resonancia pública, los asume con las debidas consecuencia, reconocimientos y reclamos. Es imposible evadir la responsabilidad cuando se desempeñan roles públicos. La historia es inexorable.
El colapso de las civilizaciones
Leonardo Azparren Giménez
La historia de la antigüedad menciona varias civilizaciones contemporáneas o no entre sí desde el paleolítico, por lo general en la inmensa zona conocida como el Medio Oriente, desde el Mediterráneo hasta las fronteras con la India. Sumerios (3000-2350 a.C.), hititas (s. XVII-XII a.C.), asirios (II milenio), egipcios (3100 a.C.), fenicios (1500 a.C.)… son los pueblos con quienes comenzó la historia. No sé por qué no incluyen a los judíos (1000 a.C.). Dicen, por ejemplo, que el país más antiguo del mundo es Egipto. Con los sumerios surgieron las primeras ciudades y los primeros imperios; también las primeras escrituras, unas cuneiformes y otras parecidas. A los fenicios, que parece ocuparon el territorio del actual Líbano, se les atribuye el primer alfabeto.
Estamos en una época que es y no es prehistoria y/o historia propiamente dicha, con muchas guerras por dominio territorial y comercial. Civilizaciones tribales que dejaron poca documentación. Son y no son históricas porque por lo general se considera que la historia comienza con la existencia de documentos que certifiquen hechos con los cuales construir una sucesión en el tiempo. Por ejemplo, los textos conocidos como Lineal A y B de Micenas. Los fenicios, a pesar de haber tenido un alfabeto no dejaron, que se sepa, documentos escritos. A ese alfabeto los griegos le añadieron vocales, que no tenía, y escribieron la Ilíada y la Odiseahacia el siglo VIII a. C., por lo que es la única civilización de aquellos tiempos que dejó constancia suficiente de su memoria, es decir de su historia.

Las otras civilizaciones colapsaron de una u otra manera ante la influencia de otras civilizaciones; no fueron capaces de producir un sistema de creencias, valores y costumbres perdurable en el tiempo; incluso cuando perduraron por razones militares y políticas como el imperio persa hasta Alejandro. En fin, sus legados son precarios e incomparables con lo que ocurrió cuando los griegos comenzaron a escribir. Desde las obras atribuidas a Homero hasta hoy, el griego parece ser el idioma que ha tenido la mayor continuidad histórica.
¿Cuándo y cómo colapsa una civilización? El sustrato que las alimenta y sostiene es su sistema de creencias, valores y costumbres. Si tal sistema se degrada en el tiempo, desaparece. Las civilizaciones americanas precolombinas estaban en decadencia en el siglo XV; eso dicen algunos historiadores, entre otras razones porque desconocían la rueda y carecían de animales de carga. Incluso, la monumentalidad de algunas de ellas denotaba cierta mudez por carecer de un lenguaje. De hecho, son las crónicas de los misioneros las que recogen historias y leyendas precolombinas.
En la actualidad parece que vivimos el enfrentamiento de algunas civilizaciones; con mayor o menor grado y rudeza, luce muy difícil por no decir imposible el diálogo entre ellas porque sus sistemas de creencias, valores y costumbres son antípodas existenciales. Más aún, en algunos espacios geográficos están proscritas, incluso con violencia, expresiones de algunas civilizaciones. Pienso en civilizaciones con estructuras sociales horizontales y verticales.
Hubo quienes quisieron crear una civilización soviética con el cambio de creencias, valores y costumbres del pueblo ruso. Mientras escribo me entero que un heredero de la dinastía de los Romanov, derrocada y asesinada en 1917, se casó con esplendor en San Petersburgo, el Leningrado soviético. Un caso típico de haber querido imponer un modelo y su fracaso cuando la historia retomó su curso. Lo mismo ocurre cuando se quiere cambiar el capitalismo con medidas políticas y económicas, sin comprender que el capitalismo no es un sistema político y económico, es un período histórico que lleva unos ocho siglos de instrumentación.
Vivimos, creo, en lo que comúnmente ha sido llamada la Civilización Occidental, cuyas raíces se remontan cinco o seis siglos antes de Cristo. Esas raíces, si no me equivoco, son greco latinas y judeo cristianas. En la actualidad no se oculta el conflicto con otros modelos de civilización, agudizado con las sucesivas migraciones que han llegado a Europa, centro histórico y cultural de nuestra civilización aunque no necesariamente político. La pregunta es si la Civilización Occidental colapsará al igual que las de la antigüedad para dar paso a otras; si lo germinado en la Grecia clásica y en Judea colapsará después de dos milenios. ¿Es posible detectar algunos síntomas de un eventual colapso? Siempre hay futurólogos, no profetas, que se aventuran.

EL HÉROE VACÍO
Leonardo Azparren Giménez
Los dos grandes modelos de representación trágica son el griego y el isabelino. El trayecto “por el dolor a la sabiduría” de Esquilo y el dilema de identidad de Shakespeare, por ejemplo. La representación de dos situaciones básicas de enunciación, una sobre las relaciones políticas del ciudadano (polítes) y el destino de la pólis y otra sobre la individualidad subjetiva afectada por la incertidumbre. La dimensión pública y la dimensión privada de los humanos.
La tragedia griega surge recién los atenienses habían iniciado la democracia en medio de peligros agonales severos. La tragedia isabelina surge cuando los ingleses estaban en una gran inestabilidad de identidad por la reforma anglicana y los primeros signos de la modernidad. Dos situaciones distintas. El héroe isabelino es el hombre medieval que renace libre del sistema de creencias, valores y costumbres acumulado por siglos. Pero, ¿cómo es esa libertad? ¿Logró sustituir ese sistema por otro? ¿Cómo se relacionó con el mundo?

Sin espacio para considerar las razones y causas de la reforma de Enrique VIII, con ella Inglaterra se convirtió en una “Iron Curtain Country” respecto al continente, según G. B. Harrison en Introducing Shakespeare. La reforma cerró monasterios, suprimió el culto católico, destruyó bibliotecas y obras de arte, vasos sagrados, pinturas, vitrales y murales y ajustició a buen número de católicos. Borró la memoria y las creencias individuales y colectivas históricas y dejó al individuo con su subjetividad vacía. Cuando Harrison se refiere a la dinastía Tudor, la de Enrique VIII e Isabel, habla de “totalitarian dictators”. Ser inglés sólo si se era anglicano.
El individuo moderno con su subjetividad busca saber quién es sin el éxito deseado; así es trágico. En el mundo no hay identidad; hay roles según la situación; el mundo es un escenario. Es un cambio profundo que ocurre en el siglo XVI. Inglaterra se aísla del continente, se individualiza de manera radical. Algo parecido ocurre en Alemania y su distanciamiento de Francia e Italia. Ante la ausencia de verdades y valores seculares ciertos, eliminados por el poder, la alternativa es constatar empíricamente los hechos para obtener alguna certeza. El héroe moderno vive un presente vacío de pasado que le pesa y carece de fuerzas para construir un presente que sea futuro. Alain Touraine se pregunta: “¿Puede identificarse la modernidad con la racionalización o, más poéticamente, con el desencanto del mundo?”
En plena juventud Romeo se considera un juguete del destino. Hamlet se interroga “to be, or not to be” (este verbo significa ser y estar). Yago afirma “I am not what I am” (“No soy lo que soy”), expresión que le calza muy bien al duque/monje de Medida por medida. En las primeras de cambio, Segismundo en La vida es sueño se queja de “el delito de nacer” y duda de la consistencia de la vida; él y Hamlet la confunden con los sueños. El héroe moderno está vacío y se interroga sobre el significado de existir, pregunta con respuestas ciertas en el pasado. Nora abandona la Casa de muñecas” donde ha vivido como esposa y madre, pero Ibsen no se atreve a decir qué vida libre vivirá. She-te/Shui-ta en El alma buena de Szechwan está en una situación de extrema contradicción, por lo que le pide al público que sea él quien la solucione. Cuando Estados Unidos está en el cenit de su gloria por el triunfo en la segunda guerra mundial, Willy Loman en La muerte de un viajante y Stanley Kowalski en Un tranvía llamado deseo fracasan en sus vidas.
Da la impresión de que el héroe moderno vacío representa el fracaso existencial de la modernidad. Algo espera. Es la ausencia de los dioses –no la muerte- que atormenta a algunos personajes de Eurípides. ¿Espera a Godot?

EL CURSO DE LA HISTORIA
Leonardo Azparren Giménez

El derrumbe del régimen de la Rusia comunista y de los países que sojuzgó puso en evidencia el fracaso histórico de los políticos, cuando quieren imponer a los pueblos cursos históricos contrarios a los suyos sustentados en sistemas de creencias, valores y costumbres propios. El político que no comprende el sentido de la historia y sus sistemas, cree poder cambiar su rumbo, casi con un complejo adánico, para crear una nueva sociedad, un hombre nuevo y comenzar una nueva historia. Tarde o temprano fracasa.
Cada sociedad y cada país tienen una historia propia vivida en conjunto por sus individuos; han construido sus historias casi de manera imperceptible como crecen las raíces de un gran árbol. Pertenecemos a una civilización cuyo curso histórico milenario ha estado sustentado por un sistema de creencias, valores y costumbres cuyas raíces son las culturas greco romanas y judeocristianas. Esa civilización, que llamamos Occidente, ha sabido vivir y resolver conflictos y contradicciones, y siempre ha mantenido o retomado –y hasta enriquecido- los cursos que la definen como tal.
El curso de la historia es la historia vivida por una sociedad. Querer borrarlo, distorsionarlo y/o degradarlo produce contradicciones que los pueblos padecen, aunque temprano o tarde superan y se enrumban en correlación con el pasado construido. Es ingenuo y hasta risible observar cómo quienes intentan imponer ruptura de cursos históricos para iniciar otros apelan al lenguaje para sustituir el propio de las sociedades. Rusia, en su tarea imperialista inventó los soviets y se llamó Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, con lo que se impuso ante naciones débiles de su entorno. Quiso hacer lo mismo en la frontera occidental, apuntando hacia el corazón de Europa. Hoy es, de nuevo, Rusia con su bandera y creencias históricas.

Pies de barro. Imprevisto por los políticos, tuvo lugar el derrumbe del engaño soviético y cada país retomó su historia; es decir, volvió a la libre práctica de su sistema de creencias, valores y costumbres. Retomó su curso histórico. Cada sociedad retomó su lenguaje. Al bulevar más grande e imponente de Budapest los rusos le impusieron el nombre de Lenin. Cuando Hungría recupero su libertad, ese bulevar recuperó su nombre auténtico. Entre nosotros ocurre algo similar con el objeto de querer borrar nuestra historia e implantar otra; hacernos perder el curso de nuestra historia e injertarnos otra identidad. Lenin es responsable de la matanza de la familia de Nicolás II, con lo que quisieron borrar los últimos vestigios de la Rusia imperial; pero en 2000 la iglesia ortodoxa rusa beatificó al último zar y a su familia. Es decir, fue retomado el sistema ruso de creencias abolido por los soviéticos; los rusos se reinstalaron en su curso nacional.
Nuestra generación de libertadores fue formada por el régimen colonial, de ahí la continuidad histórica que no borró la guerra de Independencia. La Ilustración europea del siglo XVIII fue la partera de lo ocurrido en el siglo XIX en nuestro continente. La leyenda negra no ha logrado borrar ese pasado. Destruyen estatuas de Cristóbal Colón con discursos en español. Ciertamente algunas revoluciones han torcido el curso de la historia de una sociedad e intentado instaurar un “hombre nuevo”, pero las sociedades tarde o temprano se reconectan con su pasado, es decir reconstruyen sus sistemas de creencias, valores y costumbres. Pero no por un acto conservador de nostalgia, sino para consolidar una identidad nacional y hacer que siga creciendo y madurando.

Varias veces han querido cambiar o borrar el curso de la historia del teatro venezolano. En 1991 en el libro Rajatabla 1971-1991 el crítico español Moisés Pérez Coterillo afirmó, al referirse al año de aparición del grupo de Carlos Giménez, que había aparecido “donde no existía sino un desierto teatral hace veinte años”. Así, de un plumazo e ignorante del teatro venezolano, este crítico español quiso borrar el curso de nuestra historia teatral y mandar al olvido la obra de Juana Sujo, Horacio Peterson, Nicolás Curiel y El Nuevo Grupo, para mencionar pocos.
La revolución francesa refrendó un curso que se había desarrollado en la historia de Francia y Europa desde hacía, por lo menos, dos siglos con la aparición de la burguesía como factor importante en la configuración de nuevas relaciones sociales. Es decir, esa revolución no fue un corte de aguas absoluto, un cambio de curso; pero sí su confirmación y consolidación. La historia, además, tiene ritmo y paciencia; por lo que muchos políticos fracasan al no comprenderla.
Excelente, Leonardo. Me recuerda a la situación argentina durante los años de la última dictadura (1976-83). Como sabes escribí sobre Teatro Abierto 1981 (se cumplen 40 años) y entre otras causas, la alienación de todo un pueblo… la censura… muchas de las causas que nombras… qué tristeza… Un fuerte abrazo.
Gracias, querido Miguel Ángel.
Muchas gracias por el texto. Es bella tu vinculación primigenia con el teatro, con ese recorte de periódico de tu padre, y como todo se desliza hasta la obra de Samano y Sacristán. Me has dado ganas de volver de nuevo a una sala…