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caleidoscopio

Malabares con palabras de fuego

ELEONORA REQUENA

Sabemos que no sabemos sobre amor y sus tretas, jugamos a saber y decir amor para saberlo, todo y nada sabemos sobre el amor propio, el conjugado, el entre dos, el entre tres, el poliamor, el desamor,  sabemos a qué sabe cuando su picor se torna dulce o agrio, y cuando no sabemos nada, él nos sabe a ciertas, justo ahí, en el desconcierto. El amor nos da un hogar y a la vuelta de la esquina nos desahucia, nos acoge y nos rechaza en su vaivén. Y es el asunto predilecto de la poesía, una de las tres heridas con las que Miguel Hernández viene y va, un tema central y diverso que condensa un estadio esencial que forja el alma. 

Anne Carson

La poeta Anne Carson en el prefacio de su brillante ensayo Eros, el dulce amargo, alude a un breve texto de Kafka llamado El Trompo: “Un filósofo solía frecuentar los juegos de los niños. Y cuando veía a un chico con un trompo, se ponía al acecho. Apenas estaba el trompo en movimiento, el filósofo lo perseguía para atraparlo. (…)Y era feliz sujetándolo tras giraba, pero esto duraba sólo un instante, entonces lo arrojaba al suelo y se marchaba. Creía, en efecto, que el conocimiento de cualquier bagatela, como por ejemplo un trompo que giraba sobre sí mismo, bastaba para alcanzar el conocimiento de lo general.” Comenta Carson que este relato de Kafka trata sobre el deleite de la metáfora, en el giro se condensa la belleza, gira y la mente vuela, la denotación y la connotación se sostienen en ese instante fugaz y perecedero, el filósofo logra suspender por un instante un saber que nunca es suficiente, pero sí necesario, para probar, desilusionarse, y luego volver por más en otro espacio de juegos. En tanto amor es amor amando, su condición es girar, el deseo requiere del combustible de la ambivalencia, la experiencia erótica se las juega sobre todo en esta paradoja emocional, el dulce amargo, “Odi et amo”, la atracción de los contrarios, y acaso todo se trate de lo que Lacán dijo en una frase de uno de sus seminarios: “amar es dar lo que se tiene a quien no es.” Este es el tema del poemario Todo que ver, de María Dolores Ara, en uno de sus textos titulado Infinitivo incierto da cuenta de esa trastabillante certeza: 

Amar 

probablemente sea 

un retorcido y solo corazón con prisa. 

También, 

quizás, 

probablemente,  solo

 que las palabras tienen fiebre 

y no las calma nada.

 o casi, casi nada. 

Puede ser,

tal vez 

que salgan flechas rojas del arco de la boca y

no necesariamente acierten en el blanco. 

Quién sabe si,

en el fondo 

se trata únicamente 

de sudar una savia espesa y rutilante 

como fresas batidas con un poco de sol.

El poemario de María Dolores se va desplegando en una serie de instancias donde la noción del amor se balancea sobre la tela de la araña, para ello se vale de una articulación verbal ceñida y depurada que nos va introduciendo en una especie de teatrillo íntimo, a ratos arena de circo, a ratos cuerda tensada en lo alto, desde donde la voz de una funambulista se sortea su suerte:

A punto de vértigo,

sin aire;

se me marea el alma

mirando el vacío

desde tus ojos.

Me asomo a tus pestañas;

suspendida en su borde

curioseo

el blanco azul de su rayo

que me parte.

La función va avanzando y tomando ritmo e intensidad, en actos de malabares donde la poeta juega en el aire con bolas de fuego, el eros se balancea y hace equilibrismos sobre las altas cuerdas. El tono lúdico se sostiene de principio a fin, un candor que tensa su soga con un lenguaje que se debate entre la parodia y el dolor. Son textos que andan en puntillas, apelando a los usos y costumbres del decoro y el amor sentimental, hilan con aguda ironía las escenas de ese amor puertas adentro, configurado en los escenarios de la domesticidad matrimonial, no por ello, menos intenso y arriesgado en sus guiños y piruetas.  

Ahora pienso en la dramática serenidad con la que Luz Machado urdiera sus textos de La casa por dentro, aquel poemario editado en Caracas en 1968 y escrito en los confinamientos de las cuatro paredes de la casa, único lugar donde a la mujer se le permitía ser ama y señora, la dueña, pero no más allá del las verjas del jardín, y siempre bajo la vigilancia masculina. En aquel escenario  se decantan los textos de Luz Machado, develando los silencios y las soledades del amor conyugal, la oclusión y sus sostenimientos en las diarias rutinas, el universo de los enseres y objetos empolvados, los espacios asignados por la decencia y al decoro, todo dispuesto según lo pautado por la estructura patriarcal, que signa roles y determina los oficios. 

Haciendo el ejercicio de vincular ambos textos  que sitúan sus escenas en las parcelas de la casa, en la apuesta de María Dolores Ara la poeta usa como materia subversiva ese propio lenguaje y giros con los que las pautas sociales conservadoras modelan el deber ser femenino desde los de los juegos asignados a las niñas y la tradición de los cuentos de hadas, donde  príncipes de ensueño garantizan finales felices comiendo perdices.  Luz Machado, por su parte, tuerce los barrotes de su celda a través de poemas que desequilibran el orden con un imperceptible estruendo a través la conciencia de la palabra poética que anhela y deja escapar su escritura. María Dolores Ara se vale de otras tretas para decirse y desencadenar un rumor que no cesa. En Todo que ver hay una vitalidad serpenteante, un hilo de corriente que atraviesa el libro de principio a fin, una voz que canta y se revela desde centro de los cuartos, agita las aguas estancadas  y también las sábanas, danza entre el amor  y  el desencanto, y en cuanto tensa y balancea, gira como el trompo cada vez en cada gesto y texto, para hacer posible el pa de deux, la flama del deseo hecho letra y voz, que rota sobre su eje y cesa, hasta que es que gira una vez más, y otra, y  otra vez. 

3 comentarios en “caleidoscopio

  1. Excelente, Leonardo. Me recuerda a la situación argentina durante los años de la última dictadura (1976-83). Como sabes escribí sobre Teatro Abierto 1981 (se cumplen 40 años) y entre otras causas, la alienación de todo un pueblo… la censura… muchas de las causas que nombras… qué tristeza… Un fuerte abrazo.

    1. Gracias, querido Miguel Ángel.

  2. Muchas gracias por el texto. Es bella tu vinculación primigenia con el teatro, con ese recorte de periódico de tu padre, y como todo se desliza hasta la obra de Samano y Sacristán. Me has dado ganas de volver de nuevo a una sala…

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