
Delibes y Sacristán
Clara Freire
Era la Caracas de 2004, estaba sin trabajo, mi papa era asiduo a leer el periódico “El Universal”, y además le gustaba leer esa zona de muchas páginas que era la sección de anuncios clasificados, donde se enteraba de los precios de los coches, de los apartamentos y, por el anuncio que me dio mi madre una tarde, también se enteraba de los empleos. Me lo entregó diciéndome: _Tu papá recortó esto, tal vez te sirva. Y me sirvió. Era un anuncio que había puesto el Taller Experimental de Teatro, mejor conocido como TET o CentroTET, buscando un gerente para el teatro Luis Peraza. Apliqué, me entrevistaron Guillermo Diaz “Yuma” y Ludwin Pimeda, había alguien más pero no logro ubicarlo en mi memoria. Me esperaban en unas sillas plegables de metal en lo que es el lobby del teatro. Tardaron algo en tomar la decisión pero al final empecé a trabajar allí.

Y allí empezó todo. Yo era una consecuente al teatro, sobre todo al que se presentaba en el otrora Ateneo de Caracas, donde entre otros grupos, tenía sede El Rajatabla de Carlos Giménez. Pero hasta que llegue al Tet, y tuve contacto con las clases de Yuma no adquirí la conciencia de lo que hay detrás de una obra de teatro, detrás del teatro. Recuerdo a Yuma con una manguera mojando a una alumna dentro de un tobo mientras ella recitaba sin que le temblara la voz, ni se moviera, imaginé que todo aquel que osase someterse a esa prueba sería capaz de recitar ante cualquiera y en cualquier parte. Durante mi estadía en el TET trabajé como productora en “Tres miradas a Chejov”; “Demonios”, de Fiódor Dostoyeski, adaptada y dirigida por Elizabeth Albahaca; y luego en “La noche de Molly Bloom” de José Sanchis Sinisterra. Un tiempo después le dije adiós al cargo, mas no al TET.
Luego de eso, cada vez que voy al teatro sufro: que mala adaptación, que guión tan malo, no saben nada de dirección, el actor no proyecta la voz, que estoy en la fila cuatro y no oigo; ni Ricardo Darin, a quien vi en “Escenas de la vida conyugal” de Ingmar Bergman en versión de Federico González del Pino y Fernando Masllorens, dirigida por Norma Leandro en Teatros del Canal en 2019, se salvó de mi decepción, la obra, no Ricardo. En este caso, faltó adaptación a nuestro tiempo del eterno desengaño del amor y un final menos “feliz” y más coherente, por lo menos para mí.

Así llegamos hasta José Sacristán y José Samano en “Mujer de rojo sobre fondo gris” basada en un obra de Miguel Delibes, y digo basada porque aun cuando la obra es una conversación entre un personaje, el pintor, y su hija, no deja de ser una obra narrativa con el espacio tiempo propio de la narración, cuyo traslado al teatro requiere un acomodo. José Sacristán, José Samano e Inés Camiña realizan un fino trabajo al convertir el diálogo un poco epistolar entre padre e hija, en una confesión intima, monologa, de un personaje ante los hechos de su vida. La adaptación logra no dejar de lado los aspectos importantes de la trama y rescatar con elegancia escenas claves, como la historia de Anna con García Elvira y el cuadro que le da el nombre a la obra. Para recrear este episodio de los personajes, el director decide usar los objetos de Ana, los cuales Nicolás uno a uno va sacando de una pequeña caja de madera: los guantes blancos, el collar de perlas, el espejo.

Sacristán llegó a salvar todo lo que yo quiero y espero del teatro. Asombra la edad de José Sacristán, su hermosa voz juvenil, y sobre todo, el gran actor que es, sentí el susurro de su voz en el oído sentada en la fila 13 del Teatro Bellas Artes. Ante los textos apasionados su voz llenaba la sala, Sacristán siempre estaba allí, a tu lado, como un susurro o como un lamento, abarcando todo el escenario. El final de la obra conmueve, francamente sentí ganas de llorar no solo por Miguel y su pérdida, si no por todo, todo eso que conmueve, que me conmueve, y además por poder aplaudir, gritar bravo, bravísimo…sentir el privilegio. Recordar…Gracias, Yuma.
Excelente, Leonardo. Me recuerda a la situación argentina durante los años de la última dictadura (1976-83). Como sabes escribí sobre Teatro Abierto 1981 (se cumplen 40 años) y entre otras causas, la alienación de todo un pueblo… la censura… muchas de las causas que nombras… qué tristeza… Un fuerte abrazo.
Gracias, querido Miguel Ángel.
Muchas gracias por el texto. Es bella tu vinculación primigenia con el teatro, con ese recorte de periódico de tu padre, y como todo se desliza hasta la obra de Samano y Sacristán. Me has dado ganas de volver de nuevo a una sala…